Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 22 de enero de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 76, 2133-2135
Tema: Solución de la crisis, programa del nuevo Gobierno, declaraciones del mismo

Señores Diputados, es tal mi cuidado en guardar al Congreso y al Senado iguales respetos y las mismas consideraciones, que no quisiera decir hoy ni más ni menos en el Congreso que lo que he dicho en el Senado; y he de procurar, si la memoria se presta a serme fiel, ir recordando hasta las mismas palabras que allí he tenido la honra de pronunciar, porque de esa manera creo cumplir de igual modo con los respetos que a los dos Cuerpos Colegisladores corresponden, cuando a los dos tengo que ir a cumplir el mismo deber y a satisfacer el mismo fin.

El Ministerio que, según las comunicaciones de que acaba de darse lectura, se ha dignado nombrar S. M. la Reina Regente, tiene la honra de hacer su presentación al Congreso de los Diputados.

Aunque el Ministerio anterior no dejó nunca de disfrutar de la confianza de los Cuerpos Colegisladores, ni jamás se vio privado por un momento de la de la Corona; como tres de sus individuos hicieron dimisión, consideraron los demás compañeros que había llegado el caso de procurar la conciliación, que algunos y muchos de sus amigos pedían y deseaban como medio de ensanchar los horizontes del partido liberal, de unificar su acción, de facilitar las tareas parlamentarias, y, sobre todo, de regularizar la marcha de los Poderes públicos, y ofrecieron también su dimisión, que, juntamente con la mía, tuve la honra de poner en manos de S. M. la Reina Regente, permitiéndome al mismo tiempo advertirle que el Ministerio no presentaba la dimisión porque no pudiera seguir gobernando, sino con el deseo noble y con el patriótico propósito de procurar, por medio de una nueva combinación ministerial, la conciliación de las fuerzas dispersas del partido liberal con las fuerzas de la mayoría, a fin de evitar que los liberales se [2133] combatan entre sí en vez de que, en cuanto sea posible, vivan en paz y en buena armonía, como conviene a la marcha regular de los trabajos parlamentarios y a la misión del Poder moderador.

S. M. la Reina entonces se dignó encargarme en este concepto la formación de un nuevo Ministerio, encargo que yo acepté, lo declaro con toda sinceridad, con la ilusión (¡ya se ve, persuade tanto el deseo!) de que no sólo iba a reconstruir y a establecer el partido liberal en los mismos términos en que se encontraba a su advenimiento al Poder cuando la infausta muerte de Don Alfonso XII, sino que podría reforzarlo con elementos que, procediendo de otros campos, quisieran venir de buena fe a ayudarnos en nuestra importante tarea.

Mi ilusión se desvaneció bien pronto; a pesar de mis esfuerzos, no se realizaron mis propósitos; no culpo a nadie. Los ideales que había que concretar eran múltiples y variados; los intereses que había que satisfacer, muchos y contrapuestos; las parcialidades cuyas exigencias había que armonizar, celosas en sus ideales y suspicaces en su defensa, para que fuese fácil tarea la que yo tuve el valor de intentar, más por el patriotismo de intentarla que por la gloria de conseguirla.

Pero sea lo que quiera, es lo cierto que no pude realizar mis propósitos y que yo no podía ofrecer a S. M. la Reina un Ministerio en la extensión y en las condiciones en que en un principio pensé, y me creí en el deber de declinar el encargo que a su confianza debí, permitiéndome aconsejarle que oyera a aquellas autoridades políticas a que en semejantes casos pueden acudir los Monarcas, para ver si se encontraba otra persona que, más afortunada que yo, pudiera alcanzar lo que a mí no me fue dado conseguir.

Su Majestad la Reina tuvo la bondad de aceptar mi consejo, y después de oídas aquellas autorizaciones políticas a quienes se sirvió consultar, y después de un segundo intento de un Ministerio de conciliación tan estéril como el primero, tuve yo la honra de ser llamado por segunda vez para encargarme de la formación de un Ministerio dentro de las fuerzas de la mayoría parlamentaria, una vez que ni a mí ni al digno Sr. Presidente de esta Cámara nos había sido posible conseguir la formación de un Ministerio de conciliación en los términos y en las condiciones en que con buena fe y con excelente deseo en un principio se intentó.

Podrá haber alguien, no será ciertamente con razón, que crea que yo no he hecho cuanto me ha sido dable para formar un Ministerio de conciliación; pero nadie podrá dudar de la buena fe y de los esfuerzos patrióticos que ha realizado el digno Presidente de esta Cámara para conseguir esa conciliación que a mí no me fue dable alcanzar; nadie puede negar la lealtad con que ha servido al partido liberal ese hombre ilustre, sin hacer una ofensa notoria a la justicia.

Este segundo encargo que se dignó confiarme S. M. la Reina fue por mí cumplido presentando a su Real aprobación el Ministerio que, como he dicho en un principio, tengo la honra de presentar al Congreso.

La crisis ministerial que ha dado origen a este nuevo Gabinete, interrumpida en su marcha por un acontecimiento doloroso que llenó de espanto por algunos días los corazones de todos los españoles, y que, gracias al cielo, para dicha de S. M. el Rey y de S. M. la Reina Regente y para bien de la Nación, ha tenido término feliz, no ha sido realmente una crisis parlamentaria, porque el Gabinete anterior no dejó de tener ni por un solo momento la confianza de los Cuerpos Colegisladores; no ha sido tampoco una crisis de las que se llaman constitucionales, porque no ha habido disentimiento alguno ni entre la Corona y sus Ministros responsables, ni entre los individuos del Ministerio; ha sido una crisis política, por lo menos, dado el objeto que con ella se perseguía, que no era otro que el noble deseo, que el patriótico propósito de conciliar todos los elementos liberales, de restablecer la cordialidad de relaciones que antes les unían, y además establecer bases de buena inteligencia entre el partido liberal y las demás fuerzas políticas del país, como conviene, Sres. Diputados, a la tranquilidad y a la pacificación de los partidos, a la rapidez de las tareas parlamentarias y, sobre todo, a la misión de la Corona.

Declaro con toda sinceridad que en esta patriótica tarea me han ayudado los dignos compañeros del Gabinete anterior, y es hora de que lo mismo a los que han quedado en este Gabinete que a los que han salido, más por su voluntad que por la mía, les dé público testimonio de mi gratitud por la amistad de que constantemente me han dado inequívocas pruebas, por la lealtad con que me han secundado en todos mis propósitos, pro el desinterés con que han contribuido a la noble aunque estéril empresa de la conciliación.

De los Ministros que constituyen el nuevo Gabinete nada tengo que decir: sus merecimientos, sus servicios, cada cual en la esfera de acción en que ha podido servir a la Patria con su inteligencia, con sus trabajos, con su valor, son de todos demasiado conocidos y apreciados para que yo necesite hacer su apología. Sus méritos hacen de todo punto inútiles mis palabras para justificar su advenimiento al poder.

Claro está que, ya que en mi primer intento no pude realizar la conciliación de todos los elementos liberales, debí procurar y procuré por lo menos hacer que desaparecieran aquellas diferencias que en algunos puntos separaban a unos elementos de otros elementos de la mayoría; pero las razones persuasivas, razones de delicadeza y de patriotismo, que me expusieron los Sres. Gamazo y Maura, me persuadieron de que debía prescindir de su concurso personal en el Ministerio; pero en cambio me infundieron la esperanza de obtener una patriótica inteligencia en la mayor parte de las cuestiones que hasta ahora han separado del resto de la mayoría a esos amigos queridos.

En este concepto, y dada la composición del Gabinete, los Sres. Diputados pueden deducir perfectamente cuál ha de ser nuestro programa: consiste en legalizar cuanto antes la situación económica, lo mismo en la Península que en nuestras provincias y posesiones de Ultramar, con todas aquellas economías y todas aquellas transacciones que sin perturbar los servicios públicos, sin quebrantar los ingresos y sin alarmar el crédito del Estado, tiendan a la disminución constante del déficit, al alivio gradual del contribuyente y al movimiento, también gradual, hacia la igualdad del tributo; en administrar junta y correctamente, y en terminar cuanto antes la realización de los compromisos que el partido liberal contrajo en la oposición, y que los Ministerios anteriores, como [2134] representantes de ese partido, han presentado traducidos en proyectos de ley; dando, como es necesario, excepcional preferencia y superior importancia a la discusión y aprobación del sufragio universal.

He expuesto en términos generales, como conviene dadas las circunstancias, y no se necesita más porque el programa de este Ministerio es el programa bien conocido del partido liberal, cuáles son los pensamientos y los propósitos del Gobierno; pensamientos y propósitos que, como he dicho antes, han de subordinarse en absoluto a la pronta aprobación de los presupuestos, ya que a todos interesa y es necesario para el libre ejercicio de la Regia prerrogativa, y a la también pronta discusión y aprobación del sufragio universal como coronamiento de los compromisos que este partido tiene contraídos en la oposición y en el Poder, y además como compromiso de honor para este Ministerio, y muy especialmente para mí, porque la considero, y la considera este Gobierno, poderoso elemento de pacificación para el porvenir.

Para esto cuenta el Gobierno con el apoyo decidido de todos sus amigos, y confía en el patriotismo de sus adversarios, porque a amigos y adversarios interesa la resolución de estos dos grandes problemas, sin la cual quedarían como dos grandes dificultades para todo Gobierno y para todo partido, y además serían dos grandes obstáculos quizá insuperables para la marcha regular y ordenada de la política española.

¡Ojalá ocurra, Sres. Diputados, que la resolución de estos problemas, que a todos nos interesa, a los unos en un sentido y a los otros en otro, y en la cual hemos de coincidir muchas veces los que estamos separados desgraciadamente, más que por ideas, por cuestiones accidentales, sea ocasión propicia para suavizar rozamientos, para limar asperezas, destruir animosidades y restablecer la cordialidad de relaciones entre todos los liberales, a la vez que para asentar las bases de buena inteligencia entre el partido liberal y las demás fuerzas políticas de la Nación!

Si por este medio, ya que por otros no ha sido posible, lográsemos ensanchar el horizonte del partido liberal; si con nuestra benevolencia consiguiéramos la benevolencia y la consideración del partido y de las fuerzas conservadoras del país; si con nuestra política liberal, tolerante y expansiva, y con nuestro amor a la justicia y a la legalidad, conquistásemos la templanza, la moderación y las simpatías de todos los demás partidos y elementos políticos, ¡ah! entonces, señores, habríamos regularizado la marcha de los Poderes públicos, habríamos facilitado la misión de la Corona y habríamos prestado el mayor de los servicios a la Reina y a la Patria.

Para conseguir este hermoso resultado no ha de haber esfuerzo que yo no haga, ni sacrificio a que no esté dispuesto. Si a pesar de mis esfuerzos no se consiguiera, por lo menos me quedará la satisfacción de haberlo intentado y puesto de manifiesto cuál es mi anhelo, no sólo porque el partido liberal gobierne tranquilamente con la benevolencia y consideración de los demás partidos españoles, sino porque, cuando haya de dejar el poder, lo deje en paz, guardando, respecto del partido que en él le reemplace, la misma benevolencia e igual consideración que hoy demanda a los demás como exigencia de la paz pública, para tranquilidad de las instituciones y en bien del país. (Muy bien, muy bien). [2135]



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